En el corazón de Madrid, en la calle San Bernardo, se encuentra un edificio de estilo regionalista que alberga una obra destacada de cerámica de Talavera. Se trata del edificio San Bernardo 67, proyectado por el arquitecto José Antonio de Agreda y construido en 1925.
La fachada de esta edificación, caracterizada por miradores trapezoides de hierro que se intercalan elegantemente con balcones, está decorada con azulejos de Ruiz de Luna. El portal, ubicado en el interior del edificio, esta cubierto por un zócalo de cerámica formado por un friso de azulejos policromados que relatan escenas emblemáticas de «Don Quijote», obra cumbre de la literatura española.
En ese contexto, en pleno apogeo de los hornos de Ruiz de Luna y en medio de numerosos encargos en la capital del reino, surge la tarea de adornar con azulejos el portal del número 67 de la calle San Bernardo en Madrid. Algunos autores sitúan la ejecución de esta obra en el año 1916, pero la realidad es que uno de los azulejos está fechado en 1926, lo cual posterga en una década la fecha que antes se consideraba como el nacimiento de la imagen del hidalgo y su escudero, arraigada en las arcillas de Talavera.
En este conjunto cerámico, además de las decoraciones renacentistas habituales, por primera vez se pueden apreciar escenas concretas de la inmortal obra de Cervantes. Una de ellas muestra a Don Quijote llegando a la venta, donde es recibido por las dos doncellas de fortuna. También se representa la aventura del Yelmo de Mambrino, en la cual nuestro caballero despoja al barbero de su bacía para usarla como yelmo. Otras escenas incluyen la lucha contra las ovejas y el episodio del apedreamiento.
La altura máxima alcanza los 1,87 metros, y en términos lineales, abarcan un total de 8,48 metros. Esto corresponde al perímetro de la pieza, que incluye una impresionante jardinera cuarto-esférica en el lado derecho, con unas dimensiones de 93,5 x 1,40 metros. Esta jardinera nos recuerda la construcción del ángulo del aguamanil en la sacristía de la ermita del Prado.
Lo más destacado de esta obra radica en la introducción de una serie policroma con el icónico tema de «El Quijote». Esta serie consta de nueve escenas, con dimensiones de 30 x 35,5 centímetros en cuatro de ellas. En estas escenas, se representan momentos emblemáticos de este entrañable personaje y su fiel escudero: desde la búsqueda de consejos en medio del campo hasta los encuentros con ovejas y molinos de viento en la venta.
Cada escena presenta un marco simétrico, con dos árboles de troncos gruesos y retorcidos, a veces entrelazados, y ramas altas y jóvenes que exhiben hojas espiriformes. Sin embargo, el paisaje se presenta en pequeños montículos, alejados de la plenitud que debería caracterizar el entorno manchego de la novela. Al fondo, se perfilan en azul picos montañosos distantes en una cordillera.
Las figuras están tratadas con un toque innegablemente popular e ingenuo, típico de esta serie, lo cual también se refleja en los arbustos que adornan la composición a izquierda y derecha. El cielo está salpicado de pinceladas azules y amarillas, que continúan en armonía con el suelo, y presenta elegantes aves de cola larga y pequeñas nubes.
En cuanto a los detalles decorativos, se observa una notoria redondez en las hojas de acanto, acompañada de una profusión de frutas en guirnaldas y antorchas, lo que otorga la apariencia de árboles en primavera. También se aprecia un aumento en las dimensiones de las representaciones antropomorfas, llegando incluso a representar figuras de cuerpo entero.
En consonancia con la decoración de la ermita cesarobrigense, los zócalos están revestidos de azulejos que imitan el mármol, obra de Juan Ruiz de Luna Rojas. Estos azulejos también son utilizados en el diseño de las pilastras que separan cada panel, destacando la influencia del mismo decorador que participó en la ornamentación del Camarín del Prado.
Bibliografía:
«El Quijote en la cerámica», de Miguel Méndez-Cabeza Fuentes.
«Talavera y los Ruiz de Luna», páginas 195 y 196, de Isabel Hurley Molina.