Había quienes pensaban que estaban locos, ¿revivir la antigua cerámica de Talavera?
En un caluroso día de Julio de 1907, un hombre menudillo de acento andaluz entró en la tienda de Juan Ruiz de Luna en Talavera, un lugar dedicado a la decoración y pintura. Saludó cortésmente:
—Buenos días, ¿es usted Juan Ruiz de Luna?, vengo a saludarle de parte de D. Simón Martínez —fabricante de papeles pintados de Madrid— y desearía me indicara una casa que pudiera comer barato unos días.
—Muchacha, acompaña a este señor a la casa de Bodas —que tenía una pensión de dos pesetas todo incluido.
El extraño visitante se marchó y Juan no volvió a acordarse de él hasta que al anochecer se presentó nuevamente y con un tono de confianza dijo:
—Le extrañaría a usted que no dijera quien soy y a lo que vengo a Talavera. Me llamo Enrique Guijo Navarro, soy pintor decorador como usted, resido en Madrid y he venido a ver a D. Emilio Niveiro, recomendado por D. Serafín Falcó, fabricante de loza de Valdemorillo, para ver si puedo hacer algunas pruebas en su alfar, como las que vengo haciendo en otros hace tiempo, para optar a una plaza de maestro de cerámica en una escuela de artes e industrias de Madrid.
Así comenzó una conexión única entre Enrique Guijo Navarro y Juan Ruiz de Luna, una relación de amistad fundamentada en la sinceridad y el desinterés, que marcaría el inicio del resurgimiento de la cerámica de Talavera. A pesar de sus personalidades distintas, la pasión y sus habilidades artísticas, trajeron consigo nuevas ideas y técnicas a la ciudad, allanando el camino hacia un renacimiento de la tradición cerámica. Esta colaboración entre ambos maestros desató una corriente de creatividad que trascendería fronteras y que hoy perdura en la riqueza cultural y artística de la cerámica de Talavera, con reconocimiento a nivel nacional e internacional.
Desde aquel momento, Enrique consiguió el permiso necesario para trabajar en el alfar de los Niveiro, donde pudo dar rienda suelta a su talento pictórico.
“…efectivamente, en nuestro alfar del Carmen, se pintaron y cocieron las primeras piezas del resurgimiento, un plato con un barniz excelente y como motivo central la cabeza de un guerrero con casco y está flanqueado por dos figuras desnudas. La paleta es todavía vacilante y en parte sucia. Mi padre conservaba como una joya, uno de aquellos grandes platos, que a su muerte hemos donado al Museo de Cerámica de Talavera.” (El oficio del barro. Por Emilio Niveiro Díaz).
Enrique tuvo que regresar a Madrid, lamentablemente sin poder presenciar el resultado final de sus obras. Antes de partir, encomendó a Juan la importante tarea de recogerlas y enviarle un telegrama con el resultado de la cocción, eterno problema de la cerámica.
Después de la partida de Guijo de Talavera, el hermoso plato y tibor que había pintado quedaron expuestos en el pequeño escaparate de la tienda de Ruiz de Luna, situada en la actual calle de Mesones de Talavera (antes Medellín nº 7).
Los transeúntes que pasaban por la calle se detenían para admirar, curiosear y comentar: «¡Qué piezas tan hermosas! ¿Cuál será su precio?». Estos espectadores se convirtieron en los primeros críticos de esta nueva forma de hacer cerámica. Y, como era característico de Juan Ruiz de Luna, un hombre atento y visionario, no tardó en tomar la iniciativa.
—Platón, tienes que venir a Talavera quiero que veas algo que te va a encantar, algo con lo que habíamos soñado muchas veces se pudiera realizar.
“Platón Páramo, palentino de nacimiento, gran coleccionista de antigüedades especialmente de cerámica, Licenciado en Farmacia debió llegar a Oropesa por el año 1880 para regentar la Botica de una señora viuda con la cual se casó. A él me unía una antigua amistad por ensalzar siempre que tenía ocasión mis modestos trabajos de pintor decorador. No faltó, también la opinión de otros expertos como Francisco Alcántara crítico de arte del Imparcial, que juzgó muy favorablemente los trabajos realizados por Guijo”. (Recuerdos y memorias de Juan Ruiz de Luna).
Así dio inicio la ardua tarea de buscar adeptos para la causa del resurgimiento de la cerámica de Talavera, una empresa que se presentaba como un desafío complejo y exigente, habida cuenta de las grandes dificultades, tanto económicas como técnicas que existían.
—Creo que haríamos bien en tratar con Niveiro, es un hombre con experiencia en el negocio y sus instalaciones reúnen lo necesario para poder comenzar de inmediato —comentó Platón.
A partir del año 1878, Emilio Niveiro Gil Rozas asumió la responsabilidad del alfar del Carmen, una cerámica que su padre, el empresario talaverano Juan Niveiro Page, había fundado en 1849. Juan Niveiro Page, propietario de diversos y prósperos negocios en la ciudad.
«Solía venir Páramo con frecuencia y olisqueaba las faenas del alfar, y nos hablaba de su colección, que en verdad la habíamos visto varias veces era magnífica.
Contagió su entusiasmo a tu padre, que le escuchaba embelesado, y un día me propuso la tarea.
—Nada más fácil para usted, Niveiro. Dispone de un alfar en marcha. Tiene barnices, colores, operarios… ¿qué más desea?. Con un gesto que usted haga, ¡a hincharse de ganar dinero!.
—Mire Platón, yo ya no estoy para aventuras, he visto a muchos arruinarse con la cerámica. Si yo, con mis platos para uso y adorno de las cocinas labradoras, tan guapos en los vasares. Con mis jarras para el vino de los mesones y tabernas o para el agua de los conventos. Con mis jícaras para el chocolate de los canónigos o de las señoras, me considero satisfecho». (El oficio del barro. Por Emilio Niveiro Díaz).
Juan, Enrique y Platón, intentaron numerosas veces convencer a Niveiro, proponiéndole distintas opciones de colaboración, y siempre aceptando el coste que él dispusiera por los servicios.
Todo fue en vano hasta que, en la última entrevista, el Sr. Niveiro inesperadamente les dijo:
—No insistan más que no me van a convencer —y dirigiéndose a Guijo le habló.
—Amigo Guijo, tengo preparado en el taller para que pinte usted, porque usted y yo vamos a hacer todo lo que estos señores me proponen.
Esta sorprendente proposición, les causó tal malestar que fue la causa que desistieran definitivamente en lograr un entendimiento.
Años más tarde, Niveiro le confesaba a su nieto Emilio:
—Yo me pasé muchas noches en claro pensando en resucitar, cuando tu padre estuviese en sazón, la cerámica artística, como una ampliación de nuestro negocio, pero estuve ciego en el momento crítico y hay decisiones que no pueden demorarse.
«Fueron unas confesiones inolvidables, surgiendo de labios de un anciano y que yo, su nieto, escuchaba conteniendo la respiración, para no perderme ni una sílaba. Me dijo que de no haber andado torpe, de no haber procedido con un cierto egoísmo, del que se arrepentía, y un cierto amor «quise que fuese obra de los dos; no obra mía» aguardando a que mi padre, por entonces un chiquillo de catorce años, creciese, la historia del resurgimiento de nuestra cerámica se contará de distinta manera”. (El oficio del barro. Por Emilio Niveiro Díaz).
Un año más tarde, en el 1908 se formalizó una pequeña sociedad denominada “Ruiz de Luna Guijo y Cia” constituida por Platón Páramo Sánchez-Junqueras, Enrique Guijo Navarro, Juan Ruiz de Luna y Juan Ramón Ginestal con un capital de 24.000 ptas. en acciones de 4.000 ptas.
Platón Páramo contribuía con una acción y cedía su magnífica colección de cerámica antigua de Talavera, que sirviera de modelo a las futuras producciones de la fábrica.
Enrique Guijo, participó en la sociedad con una acción liberada (sin aportación económica). Ocuparía el cargo de Director Artístico con un sueldo estipulado. Dado lo precario de su situación económica, durante este año de preparación, tuvo la fortuna de encontrar trabajo con Técnicos de la Confederación Hidrográfica, que por aquel entonces estaban realizando estudios para los regadíos del río Alberche.
Juan Ruiz de Luna sería Gerente de la sociedad y contribuyó con otra acción que pudo aportar gracias a los trabajos de pintura del puente de hierro, en construcción por la empresa Duro Felgera S.A. Trabajos que pudo llevar a cabo, no sin grandes contratiempos, provocados por la injerencia de un cacique talaverano muy vinculado al Ayuntamiento, que trató de evitar que Ruiz de Luna no hiciera estos trabajos que tenía previamente adjudicados.
En lo primero que se ocuparon fue, la localización de terrenos que fueran apropiados para la instalación de la fábrica y que lograran la aprobación de la Corporación Municipal.
Varios fueron los emplazamientos que propusieron, pero siempre les denegaban su solicitud, basándose en unas antiguas ordenanzas que prohibían la instalación de alfares a menos de 500 mts. de las viviendas más próximas, para evitar la propagación del fuego y las molestias del humo que la actividad provocaba.
“Al fin propusieron unos terrenos donde estuvo el Palacio de los Ayala parcialmente derruido cuando se hizo el Puente metálico, para la apertura al rio de la calle Jose Luis Gallo situados con entrada por la Plaza de la Libertad, luego del Generalísimo y hoy del Pan. Pertenecían a Juan Ramón Ginestal, donde tuvo una antigua fábrica de paños, que cedía el inmueble y a cambio, le adjudicaban tres acciones y el derecho a reservarse las piezas de cerámica que necesitara para su vivienda». (Talavera y los Ruiz de Luna. Por Mª Isabel Hurley Molina).
Como se demoraba la resolución por parte del Ayuntamiento y temiendo la influencia ejercida por el Sr. Niveiro, que se oponía a cualquier emplazamiento para la fábrica, sin tener en cuenta que su fábrica del Carmen, estaba situada en pleno casco urbano, Ruiz de Luna se dirigió al Alcalde, Andrés “el Calatravo”, en estos términos.
—Señor Alcalde, esta modesta Sociedad tiene el suficiente dinero para decir a toda España, por medio de la Prensa, que en Talavera había una Alcaldía que se oponía a que se instalase un nuevo alfar, con el fin de resurgir la famosa cerámica talaverana.
Debieron surtir el efecto deseado estas palabras, pues accedió por fin a conceder licencia para la instalación del nuevo alfar, que siguiendo la tradición talaverana se le asignó el nombre a la advocación de su Patrona Nuestra Sra. del Prado.
Otro problema al que se tuvieron que enfrentar, fue la formación de pintores para lo cual que Ayuntamiento les facilitó un local donde, Guijo y Ruiz de Luna impartirían clases de dibujo nocturnas a los futuros empleados.
Por fin el momento deseado llegó, el 8 de Septiembre de 1908 se abrió el primer horno.
¡8 de Septiembre de 1908! día memorable en la historia del resurgimiento de la cerámica talaverana, día de nuestra patrona, la santísima Virgen del Prado. Ella hizo el milagro. No en balde se puso bajo su advocación y amparo la fábrica.
En la mañana de aquel día, dos hombres, Juan y Enrique, permanecían en silencio y ensimismados, más que nunca, esperando con una impaciencia febril a que se retiraran los ladrillos que sellaban el pequeño horno. Era el primero que se cocía. En sus mentes, ambos se preguntaban: «¿Qué nos deparará en su interior?». Estos instantes se convirtieron en momentos de angustia, donde los minutos parecían eternidades.
De la incertidumbre, pasaron a una alegría desbordante cuando finalmente vieron emerger el primer cacharro. Para ellos, esa pieza tenía un significado extraordinario, una emoción comparable a la de un padre que sostiene a su primer hijo recién nacido. Así, con emoción en sus corazones, tomaron aquel primer cacharro que aún emanaba el calor de la cocción.
Poco después de iniciar la fábrica, se unió como aprendiz Francisco Arroyo Santamaría, quien con el tiempo se convertiría en un destacado maestro de ceramistas. En el año 1911, Francisco contrajo matrimonio con Tomasa, la hija primogénita de Juan Ruiz de Luna.
En aquellos inicios, enfrentaron desafíos técnicos y de fabricación que en su mayoría eran desconocidos para ambos. Sus conocimientos en cerámica se limitaban a algunas pruebas y ensayos realizados de manera somera, lo que los obligó a aprender sobre la marcha y resolver obstáculos que se presentaban en el camino.
Se empezó por gestionar la adquisición de un molino para las arcillas y una prensa para azulejos que había arrumbada y a la intemperie hacía ya años en la antigua cerámica de la Moncloa en Madrid, de la que hubo que desistir por ser imposible su restauración.
Los primeros azulejos fueron prensados en una fábrica de mosaicos hidráulicos a donde se mandó la arcilla, que hubo que molerla con un mazo de madera. Al poco tiempo se compró en el “Rastro” un molino de café grande, con el que fueron arreglándolo hasta que se compró un molino mecánico.
«La unión de estos dos hombres (Enrique Guijo y Juan Ruiz de Luna) fue algo providencial. Dos artistas que sin conocerse coinciden en aficiones e idénticas ilusiones de entregarse de lleno a la cerámica; para ello poseían conocimientos prácticos en la decoración y recursos de oficio afines a toda clase de ornamentación; todo era asociar actitudes y voluntades...» (Historia de la Cerámica de Talavera. Autores: P. Diodoro Vaca y Juan Ruiz de Luna).
Fuentes:
- «Recuerdos y Memorias de Juan Ruiz de Luna» – Juan Ruiz de Luna.
- «El Oficio del barro» – Emilio Niveiro Díaz.
- «Talavera y los Ruiz de Luna» – Isabel Hurley Molina.
- «Historia de la Cerámica de Talavera» – P. Diodoro Vaca y Juan Ruiz de Luna.